En el árbol enfrente a mi casa nos gustaba matar el tiempo,
estando horas y horas enteras fingiendo que era un castillo, una casa o un
simple lugar para refugiarnos. El árbol tenia ramas inalcanzables que nunca me
anime a trepar por miedo a caerme y su tronco tenía un espacio libre que permitía
a cualquier niño entrar, parecía como estar en el corazón del árbol, con el
niño se completaba. Nos las pasábamos horas y horas sin tener noción del
tiempo, viendo como el sol se ocultaba y ya era hora de volver al mundo de los
adultos. En ese lugar infinidades de historias sucedían diario, unos días éramos
niños perdidos de Nunca Jamás y al siguiente quizás nos sentíamos los
Aristogatos.
Era un lugar donde se desconocían las lágrimas verdaderas y
la risa nunca dejaba de ser una prioridad. Era un lugar donde las navidades eran
mágicas, los minutos del día rápidos, el clima siempre era bueno, el ingenio
nunca faltaba, la comida nunca era negada, todo tenía voz propia y no existía
la normalidad, ni hablemos de la realidad. Ese lugar era el propio universo a
nuestros ojos, ahí podía suceder de todo, de todo lo que imagináramos, nuestra
mente era el motín de aventuras más grande que poseíamos. Vivíamos con un aura
hacia todo tan feliz que a veces hasta se nos olvidaba lo que era el miedo.
Nos gustaba estar ahí desde la tarde a la noche y hasta a
veces soñábamos con ser adolescentes porque creíamos que todas esas fantasías
que creábamos no se cumplirían sino hasta serlo. Que ingenua era nuestra mente
y que destructiva se convierte luego. Pero un día entre sueño y sueño
calculamos las horas del día, ese día estuvimos desde las cinco hasta las nueve
y a las nueve dejamos de ver las cosas como antes. A las nueve y cinco nos
dimos cuenta de que nunca habíamos vivido en el mundo real, así que decidimos
intentar hacerlo.
Todo fue genial al principio, el cambio era fundamental y el
mundo de los adultos no era tan malo como ellos lo hacían ver, nuestra mente se
volvió más amplia, nuestra visión menos exagerada, nuestros sentimientos más
profundos y nuestros padres más insoportables.
Cambiamos nuestros peluches por un celular, nuestros juegos
por música, nuestros arcoíris por calaveras y nuestros sueños por experiencias.
Lo que más cambio fue nuestra mente retorcida, se convirtió en nuestro peor
enemigo como siempre lo había sido pero viviendo en el mundo real lo llegamos a
ver con más claridad. La mente del niño soñador se volvió tan amplia que se dio
cuenta de que el mundo real no era tan lindo como lo imaginaba y que todos los
sueños que había construido se los habían deshecho. Algunos tomaron esto con
nostalgia, con ganas de volver a ser lo que eran, otros rebalsando de
decepciones se dieron cuenta de que era hora de crecer.
Así que ideamos un plan y decidimos pasar por alto todas
aquellas cosas malas que en algún punto nos dejaron con marcas, nos
concentramos en algo que nos ayudara a evitar eso, a reprimirlo, a olvidarlo y así
de simple desaparecía. No por mucho, esas distracciones nos confundían y cada
vez que nos equivocábamos nuestra mente volvía a recordárnoslo. Tratábamos de
ignorar, ignorar e ignorar, hasta que fue más inteligente que nosotros e ideo
un plan ella también, puso fin a la guerra pero esto solo fue una distracción.
Cuando más vulnerables estábamos, creyendo que todo había terminado, volvíamos
a recaer.
Pasamos por esto millones de veces, algunos se caían y se
volvían a levantar, otros simplemente se aferraban a la herida y a la idea de
que nadie podría curarlo. Siempre nos aferrábamos a cuchillas que nos hacían sentir
bien pero con el tiempo estas se rebelaban, al igual que nosotros con nuestros padres,
y nos lastimaban.
Superamos, olvidamos y volvimos a aferrarnos a algo, solo
que esta vez no fueron cuchillas, fueron cristales rotos, el cual sabíamos que
nos iba a lastimar pero aun así quisimos arriesgarnos a tomarlos. Perdimos a
muchos, avanzamos pocos con o sin esperanza pero lo hicimos a fin de cuenta y
esta última vez tomamos la esperanza como ventaja y volvimos a tener la visión
de aquel niño que quería conocer una realidad alterna mejorada.
Ya era hora de otro cambio, de otra dirección, ya era hora
de dar fin a la hibernación, de salir del capullo, de dejar de ser inmortales y
pensar en nuestro futuro, como buenos visionarios que somos.
Decidimos volver a crecer y a creer que la esperanza solucionaría
nuestros conflictos internos cuando la verdad a veces solo lograba más
conflictos. Como el mito de la caja de Pandora que decía que lo único que
permaneció en aquella caja que pandora se atrevió a abrir fue la esperanza y
que desde entonces los hombres se aferran a ella, tal vez ese sea el mayor
conflicto, el conflicto está en creer en un millón de cosas pero jamás creer en
nosotros mismos.
Creemos que esa parte del mundo real inexplorada va a ser
mejor, va a dejar de ser un infierno y al fin vamos a poder tener control sobre
nosotros mismo pero a base de esta creencia errónea que estamos creando
volvemos a plantar más sueños, volvemos a ese niño que quería ser adolescente
porque pensaba que iba a ser genial, solo que ahora somos ese adolescente que
quiere intentar encontrarse y convertirse en un adulto “exitoso”.
Nos plantemos las mismas ilusiones porque solo estamos
enojados con aquel niño que no pudo evitar crecer. No lo hagamos.
Ninguno de nosotros sabe por experiencia propia que hay en
ese territorio inexplorado y eso es lo peor ya que no tenemos ni idea con que
nos vamos a encontrar, seamos sinceros, nos asusta, nos aterra demasiado.
Ahora contéstame esta pregunta: ¿El adulto que serás mañana
estará enojado con el adolescente que eres hoy?